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Más vale una nalgada a tiempo… ¿o no?


Después de una semana de encuesta en donde se preguntó si estaban de acuerdo con el refrán “Más vale una nalgada a tiempo..” los resultados obtenidos los pueden observar en la imagen:

Ahora bien, ¿quién se ha levantado por la mañana y pensado con entusiasmo: “Espero que hoy mi hijo se porte tan mal que se gane unas buenas nalgadas.”? Seguramente ninguno ha saltado de emoción y pensado, “¡yo sí!”. La mayoría de los padres piensa que una o varias nalgadas son el último recurso para disciplinar a sus hijos. El 50% de los que respondieron a nuestra encuesta, están de acuerdo que más vale una nalgada a tiempo, pero no necesariamente como la única y primer herramienta de disciplina.

Antes de explicar porqué una nalgada no es la mejor estrategia educativa, quisiéramos mencionar que decidir no dar una nalgada no significa que entonces no se deba hacer nada. Es importante poner límites cuando sea necesario. En ocasiones se confunde el trato amable con la falta de firmeza, o se piensa que para poner límites se necesita ser un militar ultra autoritario. Sin embargo, no es así, se puede ser amable y tener firmeza a la vez.

Las nalgadas, como cualquier fenómeno socio-conductual, tienen distintas implicaciones que dependen de múltiples variables como la cultura, el tiempo, la dosis, el sexo del niño o adolescente, la definición que se tiene de nalgada, entre otras. Otro obstáculo que existe para poder llegar a una resolución hermética acerca del si o del no de las nalgadas es que, debido a restricciones éticas, un experimento real en esta área es casi imposible. Es decir, no se puede asignar aleatoriamente a un número de padres a grupos de nalgadas y a otros a no nalgadas, ni asignar a niños, de igual forma, a los padres.

Sin embargo, de acuerdo con la bien documentada Teoría del Apego de John Bowlby, los niños, desde el día uno de su nacimiento, se van formando una idea acerca del mundo y de las demás personas, a través del constante dar y recibir de las interacciones diarias con sus padres. Este modelo establece las expectativas del niño sobre el mundo, el yo y los demás, y se utiliza para guiar el comportamiento en situaciones nuevas y en el futuro. En otras palabras, el niño va decidiendo cómo se debe de comportar para sobrevivir y pertenecer en el mundo. Cuando un niño o adolescente se porta mal, tiene en mente alguna de las siguientes metas equivocadas: busca una atención indebida o excesiva (el hijo cree - pertenezco solo cuando tengo tu atención); un poder mal enfocado (el hijo cree: pertenezco solo cuando soy el jefe, o al menos cuando no dejo que me mandes); busca venganza (el hijo cree: no pertenezco, pero al menos puedo lastimarte); tiene una insuficiencia asumida (el hijo cree: es imposible pertenecer. Me rindo). Un niño que recibe una nalgada cuando necesita consuelo, apoyo, aceptación o motivación puede internalizar la opinión de los padres como rechazo y ser indigno de amor (aunque esto no sea cierto), lo que con el tiempo puede llevar a una intimidad fracturada con los padres, así como a la depresión y baja autoestima. La Teoría de Bowlby ha documentado un vínculo consistente entre un historial de nalgadas y relaciones menos estrechas entre padres e hijos, así como un mayor riesgo de trastornos emocionales como la depresión y la ansiedad.

Tomando esto en cuenta, y puntualizando que no todos los niños y adolescentes que han recibido una nalgada tendrán consecuencias devastadoras en sus vidas, centremos el análisis en la siguiente pregunta, cuando disciplinas a tu hijo ¿qué es lo que quieres que aprenda? ¿Cuál es tu meta? Algunos dirán, “que aprenda que lo que hizo estuvo mal,” o “mi meta es que no lo vuelva a hacer.”

La mala conducta, a menudo, no es más que falta de conocimiento o falta de habilidades efectivas para comportarse. En palabras de Adolf Dreikurs “un niño mal portado es un niño desalentado”. La base de las malas conductas es el desaliento basado en la creencia de no pertenecer y/o no sentirse valioso. Como cuando un adulto decide no echarle ganas a su trabajo porque tiene un jefe que en lugar de motivarlo critica todo lo que hace. El adulto se siente desmotivado y reacciona de esa forma, ya sea por rebeldía o porque ha asumido que no es capaz.

En muchos casos, lo que parece una mala conducta es realmente un comportamiento apropiado de la etapa evolutiva en la que se encuentra el niño o el adolescente. Puede parecer que abogamos por que los padres no hagan nada acerca de un comportamiento apropiado del desarrollo que sea socialmente inapropiado. Pero no, lo que pretendemos transmitir es que existen formas más adecuadas que pueden aprender los padres. Métodos que son alentadores, que enseñen al niño y adolescente a responsabilizarse de su comportamiento y efectivos a largo plazo.

Las nalgadas pueden mandar mensajes ambivalentes a los hijos. Piensa en la siguiente situación: Una niña le acaba de pegar a su hermanito. La mamá o el papá ve la acción, se acerca a su hija, la toma del brazo y al darle una nalgada le dice “cuántas veces te tengo que decir que no se pega.” ¿Qué creen que está pasando por la mente de la niña? Seguramente, “ahora lo entiendo todo, yo no puedo pegar, pero ¿tú si me puedes pegar a mí?” Los niños aprenden más por el ejemplo que con las palabras. Quizá después de dar la nalgada y ver a su hija llorar, la mamá o el papá se siente tan mal que la abraza y le dice “lo siento de verdad, pero te lo ganaste. Yo te quiero mucho, ya no llores; sólo lo hice porque te quiero.” Por supuesto que el amor expresado por el padre en esas palabras es auténtico, pero es un mensaje totalmente confuso: si alguien me quiere está bien dejar que me lastime.

Es importante recordar que cuando un padre le da una nalgada a su hijo no piensa en hacerle daño, sino en disciplinar, posiblemente porque así fue disciplinado de niño. Pero, para ejemplificar la verdadera ineficacia de una nalgada les preguntamos: ¿Dejarías a un niño pequeño jugar cerca de una calle concurrida sin supervisión después de haberle dado una nalgada diciéndole que no debe de cruzar la calle cuando hay carros? ¿Cuántas veces tendrías que pegarle antes de permitir que juegue sin supervisión cerca de esa misma calle? La mayoría estará de acuerdo en que no dejarían que sus niños jueguen sin supervisión cerca de una calle concurrida hasta que sean mucho mayores, sin importar cuántas nalgadas les hayan dado para "enseñarles" a mantenerse en la banqueta y no cruzar cuando viene un carro. Esto muestra que la madurez, las formas en las que se enseña y la disposición a aprender ciertas responsabilidades, son la clave y no una nalgada.

BF Skinner, psicólogo defensor del conductismo explica, ”Una persona que ha sido castigada no está, por lo tanto, menos inclinada a comportarse de una manera determinada; en el mejor de los casos, aprende cómo evitar el castigo. Y, es probable que el comportamiento castigado reaparezca después de que se retiren las contingencias punitivas.”

Qué tal si pudieras aprender una gama de herramientas que podrías intentar antes de recurrir a las nalgadas, ¿estarías dispuesto a intentarlas? La disciplina positiva enseña a padres y educadores herramientas que son respetuosas, alentadoras y efectivas a largo plazo.

Nelsen, J. (2013). Positive discipline. New York: Ballantine.

Shpancer, N. (2018). The Spanking Debate Is Over: The empirical, theoretical, and moral arguments against spanking are compelling. Columbus, Ohio.

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