Cuando nace un sobrino, se engrandece el corazón

Me moría de nervios cuando seis horas después de la inducción del parto, mi nuevo sobrinito tendría que nacer por Cesárea. Seguramente la estaba pasando tan a gusto dentro de aquel lugarcito que le pertenecía por ese momento tan sólo a él, que se resistió a salir y esperó a que la emoción de su llegada estuviera por los cielos para hacer su gran entrada al mundo. Por más que intentaba concentrarme en otra cosa no podía pensar en nada más que en ese bebé que hace 9 meses nos había llenado el corazón de la más hermosa alegría al recibir la noticia de que estaba en camino.
Entre los chistes, en uno de los grupos de WhatsApp que tengo, como el típico, “avísenle a Nicolás que ya se le acabó el contrato y ya se tiene que salir,” recordé cuando nacieron dos de mis otros sobrinos. Sentí el mismo nervio y también tanta emoción de no poder esperar a tenerlos en mis brazos y saber que ya los amaba con todo el corazón, intentaba imaginar a quién se parecerían y pensaba en todas las posibilidades, todos los sueños y anhelos que traían consigo a este mundo que estaba en espera de su llegada. Pensar en todo aquello me hizo preguntar, ¿cómo pueden los tíos y abuelos formar parte de la crianza de sus sobrinos o nietos sin entrometerse o quitarle ese rol a los papás?
Si un tío, una tía, un abuelo o una abuela, cualquier persona en realidad, ve hacia dentro y contempla el amor que hay en su corazón, se puede dar cuenta que no está compartimentalizado, es decir no existe un lugar para un sobrino y otro para el otro. Sino que todo él es para cada uno. Porque así es el amor, no se hace más pequeño ni se divide cuando hay más personas a las que decidimos amar, todo lo contrario, se engrandece. Es como cuando una vela enciende a otra, la primera no pierde su luz, ni la segunda es menor que la primera, cada una es singular y brilla con su propia luz. Incluso, cuando la primera le propaga su fuego a la segunda, hay un instante en que la luz de las dos juntas intensifica el brillo que emanan. De la misma forma, el amor de los tíos y los abuelos se enciende con la llegada de un nuevo miembro de la familia y se intensifica cuando se encuentra con todos juntos.
Sin embargo, el amor de los tíos y los abuelos no se puede quedar tan sólo en un estado de enamoramiento, sino que se convierte en un sentido de responsabilidad. Responsable de que los sobrinos o nietos estén bien, física y emocionalmente, que encuentren el sentido de sus vidas, de que sean felices, de que no les falte nada. No porque les toque a ellos resolver estas cuestiones existenciales (ni siquiera los papás las resuelven todas, ellos sólo guían y acompañan para que sean los hijos quienes descubran el sentido de sus vidas y su felicidad), sino porque el amor busca mucho más que sólo risas y buenos momentos, busca el bien del otro. No el bien que yo quiero para el otro, sino lo que es verdaderamente bueno para ellos. Cabe aclarar que la responsabilidad de sus vidas como tal y de su educación le pertenece a los papás, que son ellos quienes deciden cómo hacerlo. Lo que le toca a los tíos y a los abuelos es respetar las decisiones que tomen sus papás y apoyarlos cuando lo necesiten y lo pidan (a menos que la vida de los niños esté en peligro, pero ese es otro tema).
Ahora bien, la creencia popular es que los abuelos y los tíos están sólo para consentir (para fines del artículo digamos que consentir es malcriar, o darles todo lo que los niños y adolescentes piden sin ningún límite) y que los papás son quienes deben de criar o educar. La parte de los padres es cierta, pero si amar es buscar el bien del otro, entonces los tíos y los abuelos no pueden enfocarse tan sólo en ser consentidores, sólo porque a los papás les toca criar. Dado que darles absolutamente todo lo que piden sin límites, en realidad no es un bien para los sobrinos o los nietos. La realidad es que los niños y adolescentes más que ser consentidos necesitan ser apapachados y recibir afectividad. Pero para que esa afectividad sea sana, se necesitan límites, y definitivamente no significa darles todo lo que piden y malcriarlos. La afectividad se da en los abrazos, besos y apapachos, en las risas, secando lágrimas, limpiando raspones con pomadas “mágicas”, bailando y cantando juntos, jugando carritos, a la casita, a la pelota, con las muñecas, brincando, cuidando corazones rotos, dando consejos, enseñando algo nuevo, siendo buen ejemplo, etc.; pero también poniendo límites y en el respeto mutuo.

¿Cómo pueden entonces los tío y los abuelos ser co-partícipes de la crianza de sus sobrinos o nietos?
Preguntando a los papás qué sí y qué no está permitido - desde lo que pueden ver en la tele, hasta si se puede o no subir fotos de ellos a redes sociales.
Tratando de seguir la misma línea educativa que los papás tienen. No se trata de ser expertos, pero en la medida de lo posible no contradecir a los papás.
Sin esconder lo que hacen y lo que pasa a los niños o adolescentes de sus papás, ni tratar de ser cómplices en comportamientos inadecuados por ser el tío o la tía “cool” o los abuelos consentidores y por miedo a que los niños o adolescentes, “los dejen de querer.” En este punto, mentirle a los papás o tratar de engañarlos, sólo le enseña a los niños y adolescentes que pueden hacer lo mismo.
Ofreciendo ayuda y aceptando lo que decidan los papás. Algo que funciona de maravilla es hacer un “padres ayudando a padres” cuando se enfrenta alguna situación que de momento cuesta trabajo pensar en algo más allá de lo que ya se ha hecho o simplemente se necesita platicar del tema. Con esta herramienta de Disciplina Positiva, se puede ayudar de una forma más objetiva y pensar en soluciones no sólo que resuelvan la situación del momento sino que aporten al desarrollo de habilidades y trascendencia de los sobrinos o nietos.
Bien lo dice el proverbio Africano, “se necesita un pueblo para criar a un hijo.” Para ayudar, están las abuelas, los abuelos, las tías y los tíos.
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